domingo, 3 de octubre de 2010

La lagrima y el beso

LA LÁGRIMA Y EL BESO.

Y mi cabeza se posó dulcemente en su pecho. Sus manos estaban entrelazadas. Mientras sus respiraciones y sus latidos se fundían en un canto profundo, suave, romántico.
-No me abandones. No te alejes de mí. Te necesito tanto.
- Si continuamos, sabes bien que corremos serios peligros. No podré soportar que nos sucediera algo irreparable.
Mis labios le rozaron. Un pequeño temblor en su cuerpo la hizo reaccionar. Se dió cuenta que tampoco ella podría vivir sin él. No podía dejarlo ir. No ahora.
Sus largos y finos dedos rozaron su mejilla en una dulce y exquisita caricia que pareció dudar solo unos segundos, pero que para él serian suficientes para amarla toda la vida y más si fuera necesario. Con una mano cogió la de ella, aquella que le había proporcionado tan dulce roce y la besó, después no pudo aguantar más, y la beso en los labios. La cogió de la nuca y con la otra mano la atrajo hacia él por la cintura. Ella quiso soltarse, pues un beso más de él, un maldito beso más, la haría hacer cualquier cosa por no dejarlo. Quiso zafarse, pero su cuerpo no respondía. Su mente decía que no, pero su corazón y su cuerpo sí lo deseaban, lo deseaban con todo su fuerza. Los besos de él siempre le habían hecho sentirse reconfortada, como si volviese a nacer, como un camino nuevo. Después de tantos desengaños. Pero ese beso fue el clímax de sus sentimientos, los cuales hicieron sus palpitaciones innecesarias. Sentía que solo con permanecer a su lado era suficiente para sentir que el amor, tanto tiempo ausente, había regresado a su corazón.
-Te amo Irene, te amo tanto, como un loco. Se que no debería hacerlo, pero te amo demasiado como para dejar, que por mi culpa, tu vida fuera una ruina. Pero también te amo demasiado como para alejarme de tu lado. Por favor no me rechaces.- Suplicó él rompiendo a llorar.
Entre sollozos, le dijo que debía de marcharse, pero también le dijo que su corazón nunca la olvidaría. Mientras, sus lágrimas lo habían envuelto en un manto oscuro y sin esperanza.
- ¿Sabes?, - le dijo ella, esbozando una pequeña sonrisa, que aun siendo triste, podía verse toda su belleza - nunca había visto llorar a un hombre.
Él, con la mirada escondida y roto su corazón, intentaba secarse las lágrimas, y ella le dijo:
- No, déjalo, es hermoso.
Y le besó en el lugar donde se acababa de posar otra lágrima.
- Te amo.
Y ella también lloró, porque su razón y su corazón por fin se reconciliaron.

Juan Miguel Aroca:

Juan Miguel Aroca: